Foto: cortesía de Apitatán
Las caras del intercambio civilizatorio
En el pasado, la colonización se dio de formas variadas según las características del conquistador y del pueblo subyugado. En América Latina tuvimos, cerca del Ecuador, el mestizaje mercantilista de los españoles con los grandes imperios y hacia el Sur la ocupación de pueblos originarios poco organizados. En Australia y Estados Unidos tuvieron el exterminio capitalista a la inglesa, donde borraron a los pueblos indígenas de cazadores recolectores, mientras en África crearon estados negros con elite europea como Rhodesia y África del Sur, y en India mezclaron su sistema con el de castas. Los franceses optaron por el saqueo con una mínima ocupación del territorio: Haití, Costa de Marfil, Argelia, Marruecos. Mayores detalles aquí.
El nivel inicial de riqueza de un país se correlaciona fuertemente con sus cambios futuros, por lo que, a pesar del fin de la colonización, el 20% de los países más ricos poseen el 90% de la riqueza extranjera del mundo. Como muestra el argentino Gastón Soldano junto a Alice Nievas[1], el sistema financiero otorga consistentemente privilegios a los países ricos, de forma que, a igual calidad de inversión, el retorno tenga un exceso anual de 1,5% del PIB combinado de tales países, mientras en los BRICS el diferencial negativo suma el 2,5% de su PIB. La búsqueda de un mundo multipolar es tan financiera como geopolítica.
Bajo este sistema, calculan que el mundo transfiere de gratis el 1% de su PIB combinado a los países ricos, esto implica que tales países se pueden permitir déficits de la balanza comercial iguales a ese 1% sin que esto implique un deterioro en el precio de sus importaciones, esto obliga al 80% de países restantes a registrar superávits comerciales o buscar financiamiento para pagar el interés adicional de sus pasivos. Este mecanismo obliga entonces a los países más pobres a siempre buscar incrementar sus exportaciones, lo que generalmente se traduce en extraer más y más de sus recursos naturales.
Así, hoy en día, la colonización ya no sucede a través de la violencia pura y dura (con excepciones, como el caso de Israel y Palestina o Francia en Nueva Caledonia), el sistema financiero obliga a la creciente integración mundial y promueve la expansión capitalista. Tal expansión del intercambio comercial solo sucede en simbiosis con una expansión cultural, uniformizando las costumbres y civilizaciones humanas. En esta visión de “destino manifiesto”, una comunidad que vive de su pedazo de tierra no es aporte, por lo que se la tiene que hacer entrar en razón, generalmente ofreciendo novedades materiales por su capital natural, una coca cola por tu río.
Ya les presentamos las inexistentes verdades absolutas de las teorías económicas, como el intercambio entre riqueza y soberanía según el nivel de globalización. Tales teorías hacen parecer que todos interactuamos igual con el sistema global, que es un parámetro que va de 0 a 100 en el cual cada país escoge su punto óptimo. Nada más lejos de la realidad. Hoy, nos enfundamos más microscópicamente, presentamos, primero, un caso africano para ilustrar la inevitabilidad de la integración, luego continuamos con historias de turismo y extractivismo, las formas más comunes en Latinoamérica, y una historia particular de éxito, donde en vez de ofrecer servicios o exportar recursos, se importó conocimiento.
El desplazamiento forzado en Mozambique
La inexorabilidad de estas fuerzas se puede apreciar con el caso de Mozambique, colonizado por Portugal hasta la guerra de independencia que duró 11 años entre 1964 y 1975, que sucedió sobre todo debido a la impopular política de aldeas comunales. CONTEXTUALIZANDO, los mozambiqueños eran gente simple que vivía en aldeas de unas 15 personas cultivando sus chacras, las cuales alcanzaban para vivir sin mayores preocupaciones. Además de sus cultivos, estaban atados al espacio espacialmente debido a su espiritualidad, la cual estaba anclada en sus ancestros, los cuales residían en sus árboles.
Para el gobierno portugués esto no tenía valor, el país debe exportar lo que produce, crecer su balanza comercial, participar de la economía mundial. Esto se retransmitió en la movilización obligatoria de la población hacia aldeas comunales, donde trabajarían el campo juntos, con mayor productividad, sobrando así producción para que el estado exporte.
La ideología de la Libertad desplazó a gente de sus casas para que le produzcan dinero al estado y pierdan poder de decisión sobre el destino de los frutos de su trabajo. La reacción al dictatorial estado portugués vino del frente de liberación mozambiqueño (FRELIMO), cuyos líderes eran locales estudiados en Europa que conocieron el racismo y la estructura de la dominación de primera mano, y en 1975 consiguen sacar a los europeos de su territorio.
Tristemente, no fueron capaces de sacar al europeo que llevaban dentro, pues continuaron la impopular política de aldeas comunales. Un país que no se integra al mundo por el comercio se integra por la fuerza, habrán pensado, queriendo evitar una recolonización y plegándose a las normas de la URSS, quien financiaba los movimientos de liberación.
La impopularidad de esta política fue como una mecha en la población, un punto de conflicto, que nuevamente, gringos, europeos y el estado racista (de elite inglesa) de Rhodesia (hoy Tanzania), decidieron prender. A pesar de independizarse, no pudieron mantener su modo de vida. Dieron armas a los descontentos permitiendo el nacimiento de la guerrilla Renamo, la cual causó atrocidades del tipo cortar orejas u obligar a un padre a violar a su hija.
RENAMO empezó a dominar territorios, a quemar iglesias y escuelas, explotar la obra pública como carreteras y centrales energéticas, a traficar marfil al punto que los elefantes empiecen a nacer sin colmillos y tras 15 años más de guerra sangrienta, en 1992 firmaron la paz. Aún hoy en día, FRELIMO y RENAMO son los únicos partidos políticos en Mozambique, y claro, los europeos financian sus proyectos de desarrollo en las pocas ciudades sin memoria donde RENAMO sea elegido para gobernar. Una historia repetitiva en África cuya persistencia se transmite en una independencia lejos de completarse.
Integración Turística
Sin salir de Ecuador se encuentran ejemplos muy interesantes de diferentes globalizaciones, la comuna ancestral de Ayampe es un gran ejemplo, se dedica al turismo de sanación por el deporte, surf y yoga, junto con el de sanación por rituales y psicotrópicos. Es un caso interesante, pues capta riqueza exterior sin la inseguridad del narco y, a pesar de la gentrificación, la comunidad conserva su identidad y sus territorios.
La particular organización política de Ayampe como comuna ancestral y democracia participativa permite que la comunidad se reserve el derecho a elegir a quién se puede vender tierras. De esta forma se aseguraron inversión de buena calidad, de tamaño moderado y nacional. Atrajeron turismo que permite a la población no emigrar a la ciudad, a la vez que la apropiación del territorio se hace primero a través del cuerpo, creando una relación de mayor cuidado con la naturaleza.
Sin embargo, donde llegan turistas primermundistas, el dinero tuerce las costumbres, así, en Ayampe es más fácil cenar comida Thai que encocado. Esta fórmula llevada al límite termina en Costa Rica, un país moderadamente adinerado pero cuyas playas son una provincia gringa tanto en los habitantes, como en la música y la comida. La predominancia del turismo es tal, que durante la salida del COVID solo los hostales estaban autorizados a organizar fiestas. Ciudadanos de segunda clase en su propio país. Del otro lado de la moneda, cuando el Norte recibe migrantes musulmanes producto de la misma expansión capitalista, se quejan de que no se afrancesan y se convierten a su cultura.
En fin, Ayampe puede considerarse un caso de éxito en el control de la expansión capitalista, a diferencia de lo que sucede en otras playas, con el reciente ejemplo de Olón, donde la misma plutocracia otorga con una rapidez IRRECONOCIBLE en nuestra burocracia los permisos ambientales y envía militares a reprimir a los comuneros.
De todas formas, rechazar la entrada de capitales en lugares paradisiacos no parece ser solución, primero por el conflicto que genera, siempre habrá alguien en la comuna que piense favorecerse de tal cosa, segundo porque si no entran formalmente entran por las sombras: a través del narco. Playas paradisiacas como Muisne y Portete, desprovistas de turismo nacional por el miedo, sometidas a la violencia y la inseguridad traídas por un mercado ajeno a ellos, del cual la demanda se encuentra posiblemente un poquito más abajo, en Ayampe.
¿Qué decir de Medellín que para poder medio escapar al narco como actividad principal se viró hacia el turismo de fiesta y al turismo sexual? De la misma forma que los ingleses, que no pueden tomar una cerveza en la calle en su país, van a Portugal y lanzan las sillas, ebrios por la ciudad, canosos gringos vienen a tomar la inocencia de niñas que ya la perdieron. Así se nos paga la hospitalidad, entretanto los latinos que quieren ir para allá arriesgan palmar en el Darien. Las dos caras de la migración, los nómadas digitales del norte y los escapistas del Sur.
Extractivismo
La selva amazónica ilumina los ojos del empresario transnacional más allá del turismo, ven en ella una fuente inagotable de recursos a ser extraídos y vendidos, bajo la lupa individualista, es dinero bajo tierra esperando la llegada de un alma caritativa que lo someta a la ley de la oferta y la demanda. Con una mirada más global, es un ecosistema que mantiene vivo al planeta y, finalmente, a través de los lentes de quién ahí vive, es un medio de vida, una casa y a la vez parte de uno mismo.
Muchas miradas y muchos intereses convergen en tales territorios, obligando a sus habitantes a defenderlo. Así, uno de los contactos más frecuentes entre la Amazonía y la globalización es el del conflicto, comunidades protegiendo su agua contra transnacionales extrayendo sus minerales. Se trata de un conflicto absolutamente de lo más arriba en la escala evolutiva, es sobre cosmovisiones, es sobre si la naturaleza no es más que un recurso para explotar, o es un ente que usa de nosotros tanto como nosotros de ella.
Una forma de doblegar a la comunidad es dividiéndola, apelando a la mirada individual, convencer a los más aspiracionistas de que los antiguamente inútiles e inexistentes productos de lo extraído valen más que el agua de la que viven. Así, al intercambio entre riqueza y soberanía, se le agrega una tercera variable, de uniformización cultural, y aumento del individualismo. Bajo esta norma cultural, el dólar, como marcador social, pondrá al desviado de la comunidad y alineado del exterior, por encima del resto de sus coterráneos, al costo de dejarlos sin agua potable. Sucede por lo mismo que perder en la lotería es mala suerte, mientras perder en una subasta es subordinación social.
Ese conflicto obliga a las comunidades a crear mecanismos de defensa ante los camisetazos promovidos por el gran capital, tales defensas necesitan de, oh sorpresa, capital, por lo que de todas formas tienen que integrarse a la globalización con algo que ofrecer, turismo sustentable, agricultura, artesanías, lo que sea, pero que permita tener ese presupuesto antes innecesario para defensa de la comunidad, pues su propio enriquecimiento monetario permitiría que también sea menos interesante para los habitantes dejarse “capturar”, y así mantenerse unidos.
Un ejemplo prominente de esto es la comunidad de la Serena en el Napo, la minería es un punto de conflicto social entre los mismos comuneros, la solución definitiva que se encontró para que los habitantes vayan al río por la tarde y disfruten de un ecosistema tan sano como uno mismo, es integrarse a la globalización a través de las artesanías. A diferencia de playas como Simón Bolívar o Valdivia que venden sus artesanías a los turistas de paso, La Serena produce para exportar a Nueva York, solo así pueden tener un ingreso que les permita mantenerse alejados de la producción minera. Esto ha permitido que conserven sus costumbres, con la única guardia indígena de mujeres en la Amazonía y resistir a los mecanismos de explotación legales e ilegales.
Estos procesos definen si te conviertes en una de esas ciudades petromineras inadaptadas a su ecosistema, como Lago Agrio o el desierto chileno, o un envidiable manantial de vida como el tena o San Pedro de Atacama, mantenidos por el turismo. Allá a lo lejos, un pequeño pueblo de Ecuador abre una luz de esperanza mostrando una tercera vía.
Importación del conocimiento
Una historia de éxito muy particular es la de Salinas de Guaranda, donde en los años 70 un religioso italiano, el Padre Antonio Polo, llegó y enseñó a los habitantes como aprovechar sus recursos de forma a integrarse al comercio, quedándose ellos con su valor agregado, creando una comunidad de emprendedores. Hoy ese territorio perdido en la montaña mantiene más de 30 queseras, con producción de embutidos, turrones, tejidos, panaderías, plantas medicinales, etc.
Si bien esta historia es coincidencia, muestra una forma de integración al mundo que enriquece a la comunidad sin desmantelar su capital natural, o al menos haciéndolo en la medida que le favorezca. Aplicado a nivel país, esto significaría importar aprendizaje exterior, el famoso Know-How, y refinar nosotros mismos nuestra materia prima, de forma a integrarnos al mundo en mejores condiciones, y superar la dependencia tecnológica y militar que nos mantiene como satélites sometidos a las potencias (artículo).
Conclusión
La expansión capitalista es inherente al sistema financiero, pues si el objetivo final es el crecimiento económico, solo es posible a través de nuevas inversiones. Las oportunidades de inversión que paguen a mayor tasa que un plazo fijo son limitadas (si sube la tasa de interés, se reduce la inversión), por lo que el capital siempre está buscando nuevas puertas que tocar. De hecho, la guerra actual se debe a la existencia de más capital que oportunidades de inversión (artículo).
La llegada de la globalización es inexorable e inevitable, lo que debemos preguntarnos no es, únicamente, como dicta la teoría económica, ¿hasta qué punto? Si no, ¿cómo? Pues, como ven, cada intercambio globalizatorio tiene su particularidad y sus efectos propios en el territorio. Buscar interacciones más satisfactorias es posible, como ilustra el caso de Salinas. Sin embargo, el primer paso para ser dueños de nuestro destino es superar la colonización mental, recuperar los sectores donde la periferia siempre predominó, por ejemplo el arte y el fútbol, como lo muestran la salsa y los mundiales de clubes hasta hace 10 años.
Hoy la colonización mental llega al punto de que las niñas sean “Swifties”, que nuestros cines tengan 90% de películas gringas, que la Libertadores sea un monopolio de Disney y que nuestros músicos los imiten (la música una vez mecha de revoluciones hoy es funcional al sistema). Común es escuchar que allá no pierden tiempo los futbolistas, que allá la gente tiene cultura, cuando allá se reproducen todas las cochinadas corruptas que aquí se hacen o peor, pues nuestras instituciones coloniales son un reflejo de las suyas (en Estados Unidos directamente es legal que las empresas financien a los políticos), con la diferencia de que aquí nos la jugamos entre nosotros, y allá se avivan con el resto del mundo.
A través de las redes y la narrativa del PIB convencen al habitante periférico de que es pobre, y, por culpa propia, de que la solución está en integrarse con los países ricos. Así, consideramos a las provincias amazónicas, las menos integradas a la globalización, como las más pobres del Ecuador, y tal afirmación es verdad si medimos únicamente la producción monetaria.
Sin embargo, como explica Partha Dasgupta,[2] las personas más pobres son las que más dependen del patrimonio natural y colectivo, es de ese patrimonio que logran vivir aquellos que el Banco Mundial tacha de pobres extremos por gastar menos de dos dólares al día. Cuando llevas la minería a tales lugares, posiblemente, mejoren bajo la medida arbitraria del Banco Mundial, la cual más que la pobreza o la calidad de vida mide la capacidad de participación en el capitalismo.
En el pasado, la justificación para esta inexorable entrada de la civilización avanzada, su individualismo y su cultura, era la superioridad racial; hoy es su dizque desarrollo superior, el que, con los siglos de lavado cerebral, aceptamos como verdadero. Este convencimiento de nuestra inferioridad amedrenta el orgullo del ciudadano Latinoamericano y lo lleva a aceptar las condiciones impuestas sin cuestionarlas, aceptando el COMO sin refunfuñar. Nos mantienen felizmente sumisos a las potencias, aun cuando el bien colectivo e intangible (como el tejido comunitario) aquí es mucho mayor. Por algo los países “pobres” tienen menos indigentes (artículo).
Como capitalismo periférico, nuestro intercambio en la globalización es mucho menos provechoso que el de las potencias; ponemos la sangre con una participación minoritaria en el botín. Por nuestro rol primario exportador en la globalización, mientras más nos abramos, más contaminaremos las venas de nuestra selva para insaciables y crecientes ganas de consumir, pues el materialismo es parte de la globalización, y cada vez menos seremos dueños de nuestra cultura. En ese sentido, el primer paso para arreglar las formas en que uno se globaliza es juzgar lo que en realidad nos es beneficioso y lo que ya es hacerse daño por caprichos creados por el sistema.
Es muy fácil caer en la trampa de buscar cada vez más crecimiento, es la famosa maldición humana de la multiplicación de los deseos formulada por Platón, explicada biológicamente por Sapolski en “Comportate”. Nuestro sistema dopaminérgico se habitúa a las “recompensas”, el mismo bien genera menos dopamina cada vez que lo recibimos, lo cual explica también la famosa utilidad marginal decreciente: “Queremos más, más rápido y más fuerte. Lo que ayer fue un placer inesperado, hoy lo sentimos como un derecho y mañana no será suficiente”. Tal vez este trazo evolutivo conveniente en el pasado ya no lo sea en esta era de abundancia mal repartida. Vea aquí lo que causó esta característica humana en las islas de Pascua.
Siendo que globalizarse es fácil, mientras desglobalizar es casi una imposibilidad (solo países sancionados lo han hecho), lo ideal sería resistir tanto como posible para generar poder de negociación y así, al menos conseguir condiciones más convenientes, tener mayor poder sobre el como, a diferencia de la venta indiscriminada del país que está sucediendo actualmente en Argentina y Ecuador. Solo cambiando el chip de nuestras mentes podremos soñar con una globalización como la de Salinas, que supere la dependencia y celebre la diversidad cultural a diferencia de la globalización colonial actual. Nada sucede en el plano material sin pasar primero por el plano mental.
[1] Soldano y Nievas, 2024, “Has the US exorbitant privilege become a rich world privilege?”
[2] The Economics of Biodiversity
Economista especializado en regulación de la competencia, con conocimientos variados en las diferentes temáticas de la disciplina: economía política, desarrollo, medioambiente, fiscal. Trabajé durante un año en una consultora financiera en Brasil (Fusiones y adquisiciones) y 4 años haciendo consultorías para CEPAL, además de una consultoría sobre salud mental y ambiente laboral en Chile, y otra de 6 meses sobre la historia del desplazamiento forzado en Mozambique para la London Bussiness school.
No solo entiendo los temas en los que me especializo, sino que trazo las diferentes relaciones entre ellos para tener una visión completa del panorama. Junto a eso, manejo bases de datos y softwares como Stata, asegurándome así que la narrativa y la estadística vayan de la mano. Hablo español, inglés, francés y portugués. Soy sociable, persistente, curioso, organizado, trabajo bien en equipo y bajo presión. Usted entrégueme un trabajo y yo seré especialista en el tema, pues siempre estoy dispuesto a aprender y me adapto a cualquier circunstancia, un día me encuentra haciendo presentaciones a altos funcionarios, al siguiente jugando fútbol en la favela.